Jon Juárez es uno de los ilustradores más singulares de nuestro entorno. Un autor que desarrolla un universo propio y que convierte cada uno de sus trabajos en toda una experiencia iniciática.
Animador, ilustrador, historietista, hablamos con Jon Juárez para conocer mejor las diferentes aristas de su obra.
¿Cómo comienzas en el mundo de la ilustración?
Cuando era pequeño y me preguntaban que quería ser de mayor, yo decía que quería ser inventor, y dibujaba a un señor mayor rodeado de juegos y artilugios. Si alguien me decía que dibujaba bien y que tenía que estudiar bellas artes, me sabía malo. Guardé ese sentimiento durante mucho tiempo. Luego empecé a escalar a los 12, y todo lo demás dejó de tener sentido para mí. No sé como, pero tuvimos mucha independencia, para el poco dinero que teníamos con 16 años, ya hacíamos grandes viajes entre amigos. Así que dibujar no entraba dentro de mis planes.
Con 19 años, compartía piso con dos chicas y un chico que decían que eran anarquistas, todo lo anarquista que se puede ser con 19 años. Con el chico además compartía habitación y palique. Transcendental. Gracias a él termine de leer un libro, así en general, y coincidió con el programa de Telecinco «Gran Hermano». Nos dejó muñecos, lo mirábamos con la boca abierta. El concepto de 1984 me impactó tanto, que pensé que yo también tenía que escribir algo parecido: Artxe. La protagonista, era una chica que vivía dentro de un sistema cerrado, una cueva de Platón regida por una especie de Instagram primitivo y desquiciado. El hecho de vivir dentro de un panóptico le privaba de intimidad, pero también la dotaba del potencial de ser vista.
Pensé que, ya que no sabía escribir, podría hacerlo dibujado. Así que, al año siguiente me inscribí en la Joso, pero tampoco me lo monté demasiado bien. Pasé de dormir compartiendo habitación con un polaco que no hablaba castellano en el piso que regentaba una prostituta, a colarme en un rocódromo para dormir entre las colchonetas, hasta que me pillaron. Luego acabé viviendo en una cueva con dos mexicanos en la sierra de Prades, pero ya ni recordaba el motivo por el que había llegado hasta ese punto. En realidad, durante ese tiempo, no recuerdo haber dibujado ni una sola línea, me pasaba el tiempo escalando y comiendo frijoles.
Años después, la novia de un amigo me dijo que tenía dos amigas diseñadoras, y que buscaban a alguien para cubrir una baja. Por aquel entonces trabajaba colgado de una cuerda, pintando fachadas. Me pasé, les enseñé algunas chapuzas que había hecho en Photoshop, y estuve trabajando allí algo más de un año. Siempre que podía metía algo de ilustración para ir practicando. Al final terminé profesionalizando mi propio aprendizaje. Cuando ahorré suficiente dinero, fui a Barcelona a hacer un curso de animación 3D en PSL. Pasaron los años, apareció Facebook, apareció Instagram, y sentía que poco a poco la fuerza que tenía mi proyecto inicial se había ido desplumando. Artxe ya no era una visión del futuro, era todo presente.
En 2007 ganas un premio para artistas jóvenes del Gobierno de Navarra.
Esto fue justo antes de empezar en el estudio de diseño gráfico. Presenté un texto ilustrado, me da vergüenza solo de recordarlo. Era horrible, el dibujo y el texto. Pero fue bastante dinero, hubo canapés, y nos pagaron a mi y a un amigo un viaje a Madrid. Creo que supimos aprovecharlo.
Colaboras en la revista The Balde, una revista muy visual que mezclaba euskera e inglés.
Todo esto fue en la misma época, 2007-2010. Vieron lo que había hecho en Artxe y me dijeron que hiciera lo que quisiera. Me parecía increíble que alguien fuera a pagarme por vomitar mis pensamientos. Hice cuatro o cinco historias a lo largo del tiempo. Todas eran bastante extrañas la verdad, pero para mí tenían sentido.
El hecho de no venir del mundo del cómic hace que tu estilo beba de otros referentes.
Igual es que en realidad no vengo de ningún mundo en concreto, yo solo quería aprender a mi manera, y fui equivocándome todo el rato. Yo lo llamo «avance cangrejo».
El cacho de animación de Kill Bill fue todo un descubrimiento. El bueno de Tarantino me puso los pelos de punta, y hasta ese momento no imaginaba lo que una pieza de animación podía hacer por mis pelos. Yo estaba buscando un estilo para Artxe, así que volqué la pieza a un quicktime, y fui pasando el clip frame a frame, como cuando era pequeño. A veces me dicen que se nota la influencia de Moebius en mi trabajo, pero se me hace muy raro, porque entonces flipaba con Akira, y nunca llegué a leer el Incal… Jodorowsky me quita las ganas.
Hablas de Moebius, que hacía estructuras muy geométricas y jugaba mucho con la flotabilidad de los objetos como Chillida.
Estamos atados al suelo por la gravedad. Las leyes físicas son un terco carcelero. Darle una patada a ese poder inmutable genera impacto y desconcierto. Me gusta la idea de poder traicionar a la propia realidad, descontextualizar los hechos, donde están los trucos y atajos? Las verdades nacen del imaginario, y cuando mueren, lo hacen como una ficción. La gravedad es una ficción colectiva como cualquier otra. Luego, estoy bastante obsesionado con una idea a la que llevo tiempo dándole vueltas: La dimensionalidad del lenguaje, y la muerte de la primera persona. Creo que ambas, combinadas, representan un cambio de paradigma, un cambio que va a suceder. La geometría tiene mucho que ver con la forma de re-entender el lenguaje.
Uno de tus trabajos más celebrados será el foca-perro del Kursaal.
Hace demasiado calor para un coloso de lana, con huesos de lana, pulmones de lana. El agua del río parece un alivio, pero al entrar, la lana se empapa. La capilaridad hace que la lana absorba el líquido, que poco a poco ascienda hacia la pantorrilla, como cuando hundes hasta la mitad un azucarillo. Las patas le pesan, y cada paso que da, le cuesta más que el anterior. Al final, el animal se queda anclado al fondo, inmóvil, fresquito, río arriba en el Urumea.
Focaperro fue mi propuesta para el cartel del Zinemaldi de Donosti de 2012, pero no pasó ni la primera selección. También fue la primera ilustración que hice con intención de profesionalizarme, quería dar el do de pecho. Estuve sacando fotos desde Urgul, y después me inventé ese animal imaginario que llegaba al Kursaal desde las profundidades del mar, como si fuera un ritual primitivo, algo étnico, algo fantástico, tal vez demasiado para un festival tan serio. Luego se popularizó por Internet y durante mucho tiempo fue mi trabajo más reconocible.
El color es uno de tus puntos fuertes.
Cuando empecé hace diez años, tenía la sensación de estar haciendo algo bueno con el color. Ahora lo veo repetitivo, necesito darle la espalda a mi trabajo y volver un poco más fresco. Llevo mucho tiempo sin parar, y eso hace que coja vicios y no los suelte.
La documentación es muy importante en tu trabajo aunque tus referencias no sean las más habituales tampoco.
No soy bueno improvisando, tengo muy mala memoria. Soy incapaz de memorizar un chiste o una canción, y mi cabeza solo memoriza estereotipos. Cuando me documento, es fácil descartar ideas muy usadas, porque son las únicas que se me ocurren. Así que, si me das un poco de tiempo, termino encontrando buenas respuestas. Siempre intento que la materia prima sea una buena mandanga. Si partes de ideas que por sí mismas funcionan, cuando las combinas con cierto gusto, el efecto se multiplica.
Uno de tus primeros proyectos será un western, La balada de David hackehadadolnihe. Un trabajo con un guionista que enseguida se apea del proyecto y del que hablaremos más adelante.
En 2008, ya había empezado a dibujar Artxe, y estaba más o menos contento con el resultado, pero ahora dudaba de mi capacidad como guionista. Y entonces conocí a Breixo, que por aquel entonces era guionista en Globomedia y trabajaba en la serie de “el Internado”. Él tenía varios proyectos personales, o proyectos que habían descartado, y entre cinco que tenía elegí ese. Me pasó unas 8 o 10 páginas de guión y yo dibujé 12. Íbamos a firmar el contrato con Paco Camarasa, en de Ponent, pero cuando vimos las condiciones nos fuimos desinflando, Breixo empezó a hacer guiones de cine, y el proyecto se quedó en tierra de nadie. Llegué a enseñar el proyecto a Dargaud en el festival de Angouleme de 2012, les interesó, y me pidieron más páginas para el salón de Barcelona, pero ya estaba trabajando en otra cosa, y tampoco tenía mucho más guión escrito. Fui a Barcelona sin traductor y con el mismo dossier que había llevado a Angouleme, y quedé como el culo.
En una visita al festival de Angouleme ves que para poder dar salida a tus proyectos te tienes que dirigir al mercado francés y le planteas una colaboración a Raule.
Prácticamente me había quedado sin balas para el western. Pero el hecho de que en Dargaud hubieran mostrado interés en Angouleme, me hizo trazar una ecuación infalible: Raule era el autor de Jazz Mainard, yo necesitaba un trabajo, me bastaba con estar a la altura.
Hicimos cinco páginas de muestra de ED Bunker y Raule las movió por las editoriales franco-belgas. El proyecto les gustaba, pero mi dibujo se les hacía un poco infumable. Después de aquello tomé una decisión inapelable, volver a mis proyectos, autoeditar, y no depender de nadie. Me lo tomé tan en serio, que después de tanto esfuerzo, me ofrecieron hacer un cómic muy bien pagado sobre la carrera espacial para el mercado anglosajón, y decidí no hacerlo. Quería tener el control absoluto de la temática y de la autoría, de la producción y de la política, y de todo joder, me cago en la hostia, jajaja.
Ganas el Injuve en 2012 y te abre otras posibilidades de trabajo.
Hice un recopilatorio con todo lo que había hecho para The Balde, y con otra historia corta que hice para Balanzín, los presenté al concurso y me dieron el premio. Antes el Premio Injuve era bastante sonado, al menos esa era mi sensación, y poco después, me llamaron de algunas editoriales y de Bimba y Lola para hacer un minicómic corporativo, Almanaque. Estaba bien pagado, pero era una cosa pequeña y tampoco me quedó muy fino, pasó un poco desapercibido, tenía que ser así. Al mismo tiempo hice el primer EP junto a Ángel Stanich, Camino Ácido, y la cosa laboral empezó cuajar bien.
La música también ha estado presente en tu trabajo. Colaboras con Ángel Stanich.
A Stanich le escuché de telonero en el Bukowski. Aún no tenía hecha ni la maqueta. Me gustaron las letras, y pensé que tenían una extraña conexión de estilo con mis dibujos. Hay algo en Stanich que lo hace auténtico. Le escribí al día siguiente y le propuse trabajar en el CD,” Camino Ácido”. Probablemente sea mi trabajo más autoral por eso. A los pocos meses firmó un contrato con Sony. Después fui haciendo otras colaboraciones con él a lo largo del tiempo. Hasta que sacó “Antigua y Barbuda”. Le tengo especial cariño, porque básicamente empecé a trabajar con Cámino Acido, y siento que con Antigua y Barbuda pude cerrar una etapa, o un ciclo. Hubo un punto de inflexión en ambos casos.
¿Cómo pasas del mercado editorial a la publicidad?. ¿Cambian mucho las reglas del juego?.
Cuando una marca emite su mensaje a través de tu voz, lo hace a través de tu forma de reinterpretar el mundo. La publicidad es el arte de la ventriloquía. Cuando empecé a ilustrar, me prometí a mi mismo no hacer publicidad, pero no cumplí mi palabra. Al Bakunin que había en mí le pasó un camión por encima. Luego, con el tiempo, aprendí que tampoco había más dignidad en el mundo editorial. Solo son sistemas diferentes de ganar dinero. Aun así, intento que mi portfolio no parezca un tablón de anuncios, no me gusta cuando se cosifica la autoría, me parece un asunto de mal gusto.
Por otra parte, cuando miro mi portfolio, no veo ningún dibujo que me haya surgido hacer, todos son encargos. Esto es extraño, porque ocurre un fenómeno Foucaultiano; quién te encarga un trabajo quiere algo parecido a lo que ya has hecho, y tu trayectoria estética, termina siendo una cadena que tú no has elegido, pero que al mismo tiempo te define. A veces me dicen que tengo un estilo reconocible, pero igual yo no me reconozco en él.
Siempre que afronto un trabajo, intento llevarlo a algún lugar en el que me sienta identificado, no siempre lo consigo, porque detrás hay un cliente, pero creo que de alguna manera, los encargos los decoro con trocitos de autenticidad ocultos, detalles que solo aprecio yo. Hasta 2011, pasaba mucho tiempo mirando piedras, rocas y maleza. Me interesa el caos. Deconstruimos el caos para clasificarlo y poder construir sentido. Acercarse al origen es acercarse al caos, allí donde los lenguajes pierden el sentido.
La animación tiene también mucho peso en tu trayectoria.
Cuando volví de Barcelona a Euskadi por segunda vez en 2010, empecé a trabajar en una película, animando y haciendo fondos. Raspaba muy fuerte el mileurismo, pero no gastaba mucho y me lo pasaba francamente bien. En la productora trabajábamos a turnos, y un día, el chico del turno anterior se dejó su nómina encima de la mesa. Ese día me enteré que la persona que menos cobraba después de mí, cobraba 2400 euros haciendo el mismo trabajo. Dije que si no me igualaban el sueldo, me iría de la producción. Me igualaron el sueldo y repartí la diferencia entre los 3 becarios que no llegaban a mileuristas. Al mes siguiente nos echaron a todos porque se terminaba la producción, y porque éramos unos flipados, supongo. Después de aquello estuve dando tumbos durante un año. Volví a trabajar en trabajos verticales, y diseñando un rocódromo. Luego vino la etapa del Injuve, y después, durante tres años estuve haciendo fondos para la serie de Angry Birds, gracias a Natacha Bustos. Estaba bien pagado y se hacía bastante rápido. Podía compaginarlo con los encargos que me llegaban de ilustración, y gané bastante dinero. Fueron años tranquilos. La misma productora me metió en otro proyecto que se ha estrenado ahora en 2018, Another day in live sobre Kapuściński en Angola. Allí hice de concept artist, trabajando el world building de la película. Cuando terminé mi trabajo en la película, me dediqué solo a los encargos de ilustración.
Otra de tus pasiones es la escalada, algo que se ve en los paisajes que desarrollas en tu trabajo.
Siempre he defendido que el estilo en esencia es tu propio trazo, el gesto. Pero la manera en que vas a explotar esa mecánica, es elegida. Es una elección entre lo que te divierte, lo que te hace destacar, y lo que te es rentable. A veces un error, o una obsesión, pueden marcar la diferencia.
El dibujo es una herramienta del pensamiento, igual que lo es la escritura, o la música, o el movimiento, etc. A menudo, se afirma que el dibujo apoya al texto, o que trabaja en función del texto, o que el dibujante trabaja para el guionista. Son todo topicazos que intentan jerarquizar el poder de una herramienta sobre otra. Pero en realidad, escritura, dibujo, movimiento… son herramientas que se deben a la idea, a las emociones, a los impulsos, y a nuestra capacidad de darles sentido. Si elegimos una herramienta para definir una idea, elegimos la herramienta que mejor dominamos para poder expresarla, y esta herramienta, por lo general, suele ser la palabra, por simple y por económica. Pero eso no significa que sea la más poderosa. El movimiento, el deporte, para mí, es un lenguaje tan válido como la palabra. Tan intelectual y tan poco. Cuando tengo una idea, mi trabajo es descubrir cuales son las herramientas que mejor domino para definir esa idea. O saber a quién puedo convencer para que me ayude con sus habilidades a definir una idea mejor que yo. Hace años tuve una idea. Sabía que no podía convencer a nadie para que la dibujara, así que intenté dominar esa herramienta. Me he pasado 10 años aprendiendo, y al final he profesionalizado mi propio aprendizaje. Pero siempre lo he entendido como un gimnasio, mi objetivo no es la ilustración. Las ideas que tengo no dependen de una única herramienta, ni de una combinación concreta. No soy dibujante, no soy escritor, no soy carpintero… solo quiero realizar algunas ficciones, y definirlas lo mejor posible.
Diseñas rocódromos.
El primer rocódromo que montamos, tenía una estructura casi cónica y acampanada. La luz entraba oblicua desde arriba, y rebotaba en el panel de enfrente como si fuera el interior de un cráter. Estando vacío, la voz sonaba con un poco de reverberación. Cuando la gente entraba al centro de la concavidad, sin quererlo, hablaban en voz baja, como si se tratara de una iglesia, o un claustro. Creo que la comunicación-emoción artística que conseguí con ese espacio, fue mucho mayor de la que haya podido conseguir con cualquier pretensión artística, y no era mi intención, fue un hallazgo. Me gustaría seguir por ese camino en algún momento. Tengo tres líneas de trabajo a largo plazo, una es esta relación con el volumen y la dimensionalidad, otra es producir ficción, y la última es una plataforma editorial. Todo lo demás es supervivencia y aprendizaje.
Con Fango intentas volver al cómic.
Fango es un recopilatorio, tiene un discurso algo autobiográfico, aunque diría que es un ejercicio de ensayo de chichinabo, que es un género en sí mismo. Tengo una carrera muy pequeña que goza de cierto reconocimiento en el extranjero, pero si te das cuenta, nace del fracaso. La gente me escribe para trabajar porque le ha gustado un cartel que no se eligió, o porque le parece que narro muy bien un cómic que nunca se ha publicado. Mi recorrido me hace un poco de gracia, y me sirve como metáfora de mis contradicciones preposthumanismotecnócratas… Las contradicciones me interesan profundamente. Fango es filosofía de portal, es un guión que habla de los grandes temas de la vida sin tener ni puta idea de nada.
Tiene tres bloques recopilatorios que reúne aquellos primeros cómics cortos que hice entre 2007 y 2012, y algunos fracasos más. Entre bloque y bloque, existe un hilo conductor que al final ha terminado teniendo mucho más peso que los propios bloques recopilatorios originales. Lo terminé hace tres años, pero no me gustó nada cómo quedó el dibujo en la parte que corresponde al hilo conductor. Me hacía gracia lo que estaba escrito, pero el conjunto no terminaba de cuajar. Ha sido un ejercicio de catarsis personal. La paradoja de Fango es que tiene más sentido si no está editado.
Aun así, mientras estructuraba Fango en 2015, rememorando mis fracasos, tuve una idea feliz, un chispazo que me hizo retomar aquel western. Tenía doce páginas dibujadas de un soldado que llegaba a un pueblo y se veía envuelto en una pelea. Y de repente, sabía por qué el soldado estaba allí, todo cobró sentido para mí.
Te presentas a la beca de La Maison des Auteurs y la ganas con este proyecto, que será Caramanchada.
En 2017 toqué fondo. Tenía por delante un buen encargo editorial largo, pero me debían mucha pasta desde hacía más de 6 meses, y estaba a 0, así que tenía que ir cogiendo todos los pequeños trabajos ruinosos que me llegaban a la bandeja de entrada. Y esto hacía que tuviera que ir retrasando el buen proyecto editorial, porque no lo pagaban por adelantado. Nació mi primera hija, y al mismo tiempo compré un plotter que ni funcionaba ni podía devolver. La pescadilla que se muerde la cola… Tenía Caramanchada aparcado en una carpeta, porque entre tanto lodo, no encontraba la manera de avanzar con él. Así que, cuando vi la convocatoria, probé suerte casi por supervivencia, y salió bien. Angouleme ha sido mi chaleco salvavidas porque me estaba ahogando. Ahora que venga alguien a hacerme el boca a boca.
¿Cómo fue la experiencia?
Muy buena, aunque llegamos a Angouleme con una niña de un año debajo del brazo, y embarazados de otra renacuajo. No teníamos a nadie con quien dejar a nuestra hija, y Leire (Salaberria) también tenía trabajo. Trabajamos a turnos. Yo me levantaba muy pronto, sobre las cinco, y trabajaba hasta que nuestra hija se despertaba de la siesta. Luego Leire trabajaba a la tarde-noche hasta que se le cerraban los ojos. No hicimos mucha vida social, pero pudimos hacer alguna excursión. Llovió muchísimo. El ambiente en la Maison era muy bueno, este año había muchos autores de Oriente Medio, y el choque cultural siempre es enriquecedor.
Por primera vez acabas un proyecto.
Bueno, “Fango” es un proyecto terminado, más que este en realidad. De “Caramanchada” aún me queda trabajo. Son dos álbumes, terminé el primero, pero aún tengo que hacer el segundo libro. Mi idea era que ambos volúmenes salieran con poco tiempo de diferencia, pero me temo que de nuevo la realidad ha ido más rápido que yo con el dibujo, y Caramanchada corre peligro de quedar también desfasado. Aun así creo que tiene muchos aciertos, y me siento satisfecho, aunque después no llegue a interesarle a nadie.
Desde hace tiempo escribo y dibujo para mí. Si voy a pasar mucho tiempo alrededor de un tema, me gusta no tener claro cuál es mi punto de vista, me gusta no estar de acuerdo con el propio discurso de la obra, explorar las contradicciones. Creo que moralmente la coherencia está muy sobrevalorada. Yo puedo tener dos ideas diferentes sobre un tema, las dos al mismo tiempo, y entender por qué.
Si la respuesta es buena retomarás viejos proyectos.
Quiero hacer un proyecto más de cómic, eso seguro. Caramanchada ha estado bien como aprendizaje, pero no es el proyecto que tenía en mente, casi es un accidente. Tengo otros proyectos, pero soy realista, y me conformaría con terminar un proyecto más. Por otro lado, no me veo haciendo un cómic al año, creo que esa no es mi batalla. La ficción se paga con una moneda muy valiosa, la acción.
¿Qué haces ahora en Barcelona?
Nunca he jugado a la lotería, pero este año, en navidades, estando en Angouleme, me llamaron de Barcelona para participar en unas dinámicas de trabajo y prometieron abrirme las puertas de la biblioteca de Alejandría. Hace 4 años no tenía teléfono móvil, y ahora estoy en Barcelona hablando de ciencia ficción y diseñando futuros especulativos. No se cuanto durará esta suerte en el tiempo, porque soy lo más parecido a Mowgli en Silicon Walley.
En realidad, no es un cambio de registro, consiste en usar mis herramientas del pensamiento para concebir ideas. Siempre trabajo muy pegado a la metáfora, y a veces, el resultado termina siendo algo parecido al cuento o el cómic que escribiría un mono salvaje en Silicon Walley. Esto me coloca en una posición privilegiada, porque me ofrece otras visiones que completan la mía, perspectivas antagonistas.
A menudo se entiende que el underground es el magma que mueve las placas tectónicas del mercado. Cuando un movimiento del underground ebulle, el mercado lo absorbe, lo normaliza, y la realidad se desplaza en alguna de sus direcciones. La realidad es un balance de fuerzas que tiran todas en direcciones opuestas, como en un torneo de sokatira poliédrico. El ejercicio de conocer todas las realidades, me ayuda a entender en qué extremo de la cuerda me sitúo yo, porque no nos engañemos, el underground a menudo es tan inmóvil como la más dura de las placas tectónicas. No hay nada más conservador que pertenecer a una realidad estática. Intento averiguar cuál será mi forma de surfear el dataismo, cual es mi lugar en el funeral del humanismo, tengo alguna intuición, pero seguramente sea equivocada.
Yo de pequeño quería ser inventor. ¿Que quiero ser ahora?
Un animal plástico.
¿Proyectos?
Un proyecto es una pila de platos sin fregar que habita en tu interior. Puedes irte de vacaciones, pero cuando vuelvas seguirá ahí. Puedes pagar a alguien para que te quite la pila de encima, puedes meterlos en un lavavajillas, puedes limpiarlos todos a mano, pero si te comes la vida a cucharadas, aparecerán más y más platos. Puedes intentarlo todo, pero la pila de platos nunca desaparecerá. Pero de vez en cuando, cuando veas la pila medio vacía, notarás cierta sensación de satisfacción, de paz y de orden, y te agarrarás a esa emoción como si fuera a ser eterna. La creatividad es una droga difícil de despejar.
Ahora estoy trabajando en Barcelona hasta navidades. Luego no sé qué pasará. Si vuelvo a casa, tendré suficiente dinero como para dedicarme exclusivamente a mis proyectos. Si sigo aquí haré las cosas de otra manera. Soy torpe dibujando, pero escribo bastante rápido, igual busco un dibujante, o un equipo. Siempre he pensado en cómo replantear las reglas del juego de otra manera, y ahora estoy más cerca de poder hacerlo. Panel Syndicate, es una fuente de inspiración, y me gustaría trabajar en esa dirección, retorciéndola.
Infame&Co